En el vasto terreno de la vida práctica, cada individuo teje su telaraña de pensamientos, atrapado en sus propios criterios, aferrado a normas obsoletas que actúan como grilletes invisibles. Este fenómeno, irrefutable y persistente, revela una mente colectiva estancada, incapaz de adaptarse, de evolucionar.

La humanidad contemporánea, con su supuesta ilustración, se asemeja más a una reliquia mecánica oxidada que a un ente elástico y receptivo. Sus mentes, lejos de ser flexibles, están encapsuladas en una maraña de normas inamovibles y arcaicas.

Cada individuo defiende su propio criterio como una fortaleza inexpugnable, ignorando las fallas y limitaciones inherentes a sus perspectivas estrechas. En este laberinto de mentes, proliferan sofismas y absurdos, alimentados por una arrogancia intelectual que se niega a reconocer su propia ceguera.

Los autodenominados sabios modernos, atrapados en el yugo de normas mentales caducas, rechazan vehementemente cualquier idea que desafíe su estrecho marco de referencia. Para ellos, todo lo que no encaja dentro de sus paradigmas establecidos es tachado como absurdo, sin siquiera considerar la posibilidad de su validez.

La mezquindad intelectual de estas mentes anquilosadas llega al extremo de exigir pruebas de aquello que trasciende el dominio de la mente, sin comprender que la verdadera comprensión solo puede surgir en la ausencia del ego.

Es imperativo comprender que la experiencia de lo real solo se manifiesta cuando la mente interior se abre y se fusiona con la conciencia cósmica del Ser. Sin embargo, estas verdades revolucionarias son rechazadas por aquellos aferrados a sus dogmas intelectuales, quienes ven amenazada su ilusión de control sobre la sabiduría universal.

La universidad y sus viejas normas académicas son consideradas por estos “sabios” como la máxima autoridad en el conocimiento, sin percatarse de su propia decadencia y estancamiento.

Aunque algunos puedan vislumbrar momentáneamente la luz del conocimiento esotérico, pronto son engullidos por la vorágine del intelecto, desapareciendo en la oscuridad de la ignorancia autoimpuesta.

La superficialidad del intelecto nunca podrá penetrar en la esencia del Ser, y los brillantes juegos de la razón solo conducen a conclusiones vacías y absurdas. La dialéctica razonativa puede seducir al intelecto, pero solo sirve para confundirlo, haciéndole creer que ha alcanzado la genialidad cuando, en realidad, está perdido en un laberinto de conceptos vacíos.

Es hora de reconocer los límites del intelecto y liberar la mente de las cadenas de las normas obsoletas. Solo entonces podremos vislumbrar la verdad más allá de las fronteras de la lógica y experimentar la realidad que trasciende el tiempo y la mente.

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